Este 2010 es el año del Bicentenario de la emancipación de varios países latinoamericanos, incluido Colombia, corresponde a los progresistas, revolucionarios y patriotas asumir una posición crítica y consecuente con esta fecha y a la vez orientar su accionar político en el contexto mundial y latinoamericano contemporáneo
Hace 200 años en el lapso comprendido entre 1791 (revolución anticolonial y antiesclavista de Haití) y 1825 (triunfo en Ayacucho), en las colonias del imperio español se gestó un movimiento revolucionario anticolonial, que en medio de un difícil y prolongado proceso de unidad, debido a la heterogénea composición de las clases sociales participantes, con intereses diversos, vinculó a las amplias masas populares en torno a un proyecto nacional revolucionario democrático y popular, que libró una guerra de liberación nacional para obtener la independencia política, la cual no pudo ser concretada, por las vacilaciones y capitulaciones de las clases dominantes criollas convertidas en burguesías intermediarias de Inglaterra y Estados Unidos.
El proyecto nacional revolucionario que dirigió el proceso emancipador fue derrotado y la revolución social a favor de los sectores populares, así como la unidad latinoamericana, no fueron posibles. No obstante esta gesta dejó una lección fundamental que en las décadas y siglos posteriores, ha sido la búsqueda de los revolucionarios, concretar un proyecto nacional revolucionario que, entorno a un programa transformador, una al pueblo y produzca un liderazgo y una fuerza política con la capacidad y fuerza para conducir la lucha. Desde entonces varios intentos se han gestado en nuestro país: la propuesta de revolución social de los sectores populares a mediados del siglo XIX, el proyecto popular socialista de las primeras décadas del siglo XX, el movimiento popular gaitanista y la lucha revolucionaria armada y armada presente desde los años 60 del siglo XX. Cada proyecto nacional revolucionario ha aportado lecciones memorables y también experiencias sobre sus limitaciones y fracasos.
La situación política colombiana se encuentra en relación con la situación política latinoamericana. El imperialismo norteamericano, comandado por el Premio Nobel de la “Paz”, mandamás de las clases dominantes en América Latina, busca poner freno a la tendencia nacional y democrática, que irrumpió en la última década. El objetivo es derrocar los gobiernos democráticos de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, neutralizar las pretensiones antinorteamericanas (más no antiimperialistas) de Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Nicaragua; fortalecer y ampliar el eje México, Panamá, Colombia, Perú y Chile. En este contexto debe entenderse la invasión militar yanqui a Haití y su pretensión de quedarse durante 30 años, convirtiendo a este país en base de operaciones en el Caribe, apuntando a Cuba y Venezuela. A ese objetivo sirven las bases militares yanquis en Colombia.
En nuestro país las clases dominantes tienen unidad y se regocijan con los frutos económicos y políticos dejados por los 8 años del gobierno uribista, y los 30 años del proceso de fascistización, así como el beneplácito con la mayor dominación neocolonial norteamericana, sus nuevas bases militares y la eventual reactivación del TLC con los Estados Unidos; mientras el pueblo padece, como pan de cada día, el desempleo, la carestía, la represión y la desprotección social en salud. No obstante en este año 2010, las clases dominantes tienen pugnas frente a la posibilidad de la segunda reelección de AUV. En el uribismo debaten intensamente dos posiciones: la favorable a la reelección del 2010, que trabaja para que las Cortes aprueben el referendo reeleccionistas y reparten dineros buscando asegurar los votos; mientras el otro sector considera que Uribe ya cumplió su papel, (punto de vista también de algunos de la oposición), y que para que el proyecto fascista no se desgaste se requiere un relevo en la Casa de Nariño.
Todo lo anterior se convierte en un llamado para desarrollar la denuncia y protesta social contra los planes de los imperialistas y de las clases dominantes, quienes han venido recortando la soberanía de la nación, por el motivo planteado y por otras políticas lesivas a los intereses nacionales como la entrega de los recursos naturales a los monopolios imperialistas. Hoy se debe recobrar la lucha patriótica y volver a enarbolar el patriotismo revolucionario, arrancándole la bandera al régimen fascista, que habla de patria, pero entrega la soberanía nacional.
Un país es soberano cuando su independencia de las potencias extranjeras no ha sido enajenada, cosa que no puede suceder con las clases dominantes que tiene este país. Más para que exista esa independencia, soberanía, y emancipación se requiere que el pueblo asuma su papel activo como actor principal del proceso revolucionario. Sin esta condición es difícil lograr esa deseada segunda independencia y emancipación.
En la coyuntura política actual la tarea más urgente es por gestar un nuevo proyecto nacional revolucionario, haciendo un esfuerzo por la educación política y la organización del pueblo en torno a un programa de lucha en donde el pueblo pueda deslindar tanto del programa del fascismo, como de aquellos sectores que reducen los cambios a la salida de Uribe y proponen un modelo de “uribismo sin Uribe”.
Estos doscientos años nos recuerdan que poner fin a la dominación imperialista y a la opresión de granburgueses y terratenientes deben ser las tareas a las que no podemos renunciar, pues en la campaña electoral de 2010 muchos de los candidatos de la izquierda, en su afán de llegar a acuerdos con la socialdemocracia y sectores de las clases dominantes antiuribistas, han borrado las diferencias y han cedido terreno ideológico, permitiéndola al fascismo vía libre para continuar con su rabiosa campaña contrarrevolucionaria y antipopular.
MOVIMIENTO POR LA DEFENSA DE LOS DERECHOS DEL PUEBLO MODEP
Febrero 2010
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