(1810-2010: Tiempo de conmemoración e identidad)
Crece la audiencia… Nos encontramos hoy, de cara al país, en vísperas del bicentenario de nuestra primera independencia, para rescatar verdades, para extraer del florero de hace dos siglos –sin sus formas y textos oficiales–, las mejores enseñanzas de las luchas de mujeres y hombres del pueblo granadino y de las muchas batallas lideradas durante dos siglos por el pueblo colombiano en procura de Patria Grande, justicia, igualdad, libertad, soberanía, dignidad, tranquilidad, techo, salud, empleo, pluralidad de credos, recuperación de la Pacha mama para sus dueños originarios, y paz sin olvido de quienes con traición a Carbonell, Manuelita Saénz y Simón Bolívar –y al pueblo que junto a él, por los territorios de medio continente, lucharon contra el imperio de entonces–, aún hoy, niegan la brecha de injusticia y desigualdad social que impide la felicidad como signo fundamental de la vida en nuestro país.
Nos miran dos centurias de vida, memoria y luchas. De un pasado de rebeldía con historia viva, actual, para un presente que por nuestra culpa u omisión no puede ser inferior a todas las gestas que ya están escritas y nos anteceden. Menos aun, en esta hora decisiva, cuando la bandera al orden en Colombia, no es la continuidad, sino el cambio; porque la libertad que alcanzamos en las batallas de Boyacá, Carabobo, Pichincha y Ayacucho quedó aplazada.
Quedó pendiente, ante el dominio de la Hacienda, de los intereses del terrateniente, la avaricia del clero, la usura del banquero, el ansia de saqueo del gran comerciante, las pretensiones de los letrados descendientes de españoles o por el afán de poder de unos que llegaron a generales sin comprender su misión histórica con el pueblo. En los primeros lustros y décadas como nación, entre caudillos, gamonales y terratenientes, el país padeció la plaga de las guerras civiles tras intereses mezquinos, sin el norte de Patria Grande.
Y luego, en el siglo que pasó, con sus consecuencias de sangre y exclusión, vimos las hegemonías de los partidos y dos cortas dictaduras militares, hasta llegar a la reciente conversión del estado en instrumento armado e ilegal del privilegio y de los testaferros expropiadores de tierra a medianos y pequeños propietarios honrados, arrendatarios y minifundistas: Ocho años de Uribe con un expediente abierto de abuso, perdida de soberanía nacional, inconstitucionalidad y crimen, que espera y exige la condena social, política y cultural del conjunto de las franjas de nuestro pueblo. Expediente tal, imposible de cerrar sin una terapia de reconciliación, democracia y del protagonismo del actor social como sujeto de poder y comunidad.
Impensable de borrar, sin un tratamiento que recorra el camino de la justicia, la soberanía, el fin de la pobreza extrema y el analfabetismo, la informalidad, inamovilidad y estabilidad laborales, la revisión de títulos de la gran propiedad rural y urbana, la definición de límites a las utilidades de las empresas de salud y del sector financiero, la inclusión social en todo el territorio, el modelo de desarrollo, el rescate en las FF.AA. de un sentido de soberanía, de una vocación continental, suramericana y de reparación, y la paz justa; ojalá como tareas diarias de un gabinete de transición democrática.
Sin olvido, hoy recordamos un buen número de verdades. A Haití como primera República de esclavos libres en enero de 1804, pueblo solidario adonde acudieron numerosos patriotas anticolonialistas como Miranda y Bolívar, en búsqueda de apoyo y esperanza. Derrotas como las de Antonio Nariño en la Nueva Granada, enseñaron que sin procurar la igualdad de los de abajo y sin superar las diferencias sociales, el levantamiento como guerra social contra el español enemigo no tendría victoria. Y hoy también, contradecimos falsificaciones.
¿Quiénes éramos en el siglo XIX? ¿Quiénes somos ahora, en este siglo XXI?
Con pasos y raíces desde los lejanos días de nuestros tetra tatarabuelos aztecas, mayas, incas y del Sahara, Camerún, Congo, Senegal, Angola y otros vientres y tambores de África. Del millón de esclavos en el siglo XVI, los tres millones en el XVII y alrededor de 7 durante el siglo XVIII que fueron arrancados y traídos como fuerza de trabajo, incluso a La Florida y Lousiana, para sostener la casta de la opresión en Madrid, París y sus castillos. Un crimen de lesa humanidad que sigue impune.
Ayer: granadinos, ecuatorianos, venezolanos, panameños, altoperuanos –hasta el sur: donde los araucanos, con herencia a los mapuches, nunca aceptaron Conquista ni tuvieron rey español. Por el oriente: guayaneses –el rey de Portugal atravesó una línea de límite y nos quitó el Atlántico Oriental. Al norte: hondureños-salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos, nuevoespañoles desde Lacandona hasta el Missisipi –con vocación de saxofón y jazz latino–; y cómo no, gente del Caribe: sus islas todas del Sotavento y Barlovento –con su ejemplo ya dicho de Haití– y su magia de cueros y timbales –graves, medios, agudos–, cinturas y caderas negras. Y de los Andes y sus alturas, del Pacífico, del Amazonas y del Orinoco…
Hoy-ayer. Nosotros: Indios, criollos, negros, blancos, mestizos, miteros-campesinos. Mujeres, hombres, y los diversos con su sexo. Nosotros hoy: Obreros, empleados, oficinistas, trabajadores informales y auxiliares de hogar, desempleados, maestros, artistas, recogedores de cosecha, rebuscadores, comerciantes de fronteras, funcionarios por obligación con y sin uniforme, guachimanes de día y de noche, y colombianos también: raspachines y sus familias, con sus hijos sin ametralladoras, balas ni bombas de juguete y guerra, porque las oyen y ven entre las nubes y aires. Nosotros: Bogotanos, antioqueños, chocoanos, vallunos, pastusos, costeños, boyacenses, opitas, llaneros, santandereanos, guajiros, amazónicos, orinocos, isleños; en este nuestro suelo, astillado ayer y siempre.
Patria y suelo hollados en la Invasión-tragedia por buscadores de oro, bancos españoles, alemanes; por los dueños de apellido y de un escudo de armas en busca de tierra, y después, por los centralistas criollos (en la Nueva Granada) o los mantuanos (en la Capitanía de Venezuela): mezquinos, individuales. Más luego, por las pocas familias con sus fotos en el Palacio de San Carlos y la Casa de Nariño, corporativos, nunca saciados de capitalismo, genuflexos del nuevo reparto imperial inglés y control norteamericano, hasta la presente emergencia de nuevos factores de poder.
Los de una 'clase emergente' con inversiones, negocios, tierras y 'dineros calientes' sin reparar en los métodos violentos, ilegales, de soborno y suplantación local, con uso y complemento de las Fuerzas militares y de Policía, para lograr sus propósitos económicos, políticos y de latifundismo, agronegocio e industrialización agrícola.
Sin embargo… ¡Henos aquí!, esclavos, siervos, mitayos, obrajeros, menestrales, artesanos, peones, enfrentados al "señor", al terrateniente, para poder hacernos a un pedazo de tierra, o a una huerta desde la cual y con la cual vivir. Campesinos buscando tierra para sembrar. Lanceros, soldados, negros libertos, cimarrones, indios opuestos a la mita, rebeldes ante la encomienda. Pequeños y medianos comerciantes, artesanos insumisos ante el alza de los impuestos y la imposibilidad de comerciar en libertad –con España, los mercados de Europa y la puerta cercana de Asia–, los productos de nuestras manos. Indios contrabandistas. Pero también, mujeres obligadas a usar el cuerpo, a servir el 'derecho' de pernada, mujeres sin derechos ni quejas, mujeres encerradas criando hijos y preparando el desayuno y las cantinas con almuerzo para reproducir el amor y la fuerza de trabajo que sustentan la familia. Medianos, pequeños empresarios; letrados, en estudio de la identidad de estas tierras, entendiendo el clima, las alturas, los valles, la bastedad de los ríos, la selva, la belleza de una naturaleza prolífera en frutos y bondades, suficiente para todos los que nacen y la habiten.
¡Henos aquí!, con movilización, aplauso y grito; honrados y trabajadores, pero siempre expropiados, acosados, oprimidos, mal pagos, perseguidos, señalados, negados, maltratados, criminalizados. Continentales: desde José Antonio Galán, Nariño, Manuela Saenz, Bolívar y su lucha hacia un destino en el mundo que quedó trunco. Cuando llegó a pensar que debíamos ir hasta Cuba y Puerto Rico a sacar los españoles para que no volvieran. Sueño y proyección más radical aún en Antonio José de Sucre quien caviló que el Ejército Libertador debía ir a España y derrotarlos allá en su propio centro y retaguardia.
¡Henos aquí!, herederos de un territorio y de una identidad nacional fundadas con cuatro cimientos de luchas: las de los pueblos indígenas primarios, las de los negros de los palenques, las de los campesinos-artesanos pobres antiseñoriales de origen hispánico, y las del esfuerzo de los colonos y patriarcas del interior agrícola. Unos y otros, nos heredaron valores fundamentales para nuestra lucha presente: solidaridad, libertad, dignidad y autonomía.
Siglo XX: Primera y segunda deudas de soberanía
Entre disputas atizadas por el Imperio de turno, entramos en el siglo XX y con su calendario, padecimos el desmembramiento de nuestro territorio. Un robo con síntomas o enfermedad de olvido. Contados el asesinato de Sucre y el posterior destierro del general José María Melo, nos sucedió la segunda coz y gran deuda con nuestra soberanía: vasalla, nombraron el departamento de Panamá como una nueva nación.
Definieron que sus aguas atlánticas y pacíficas quedaran bajo control del Imperio de imperios y su Casa Blanca. Ese mismo, que más voraz y ya dueño de Puerto Rico, en 1898 puso sus garras sobre Cuba, se expandió a Hawai, Guam y las islas Filipinas, y bajo la extensión de su nuevo dominio, cerró el ciclo del Imperio español en "Nuestra América".
Como es la historia y la economía, conmociones y nuevas labores y fuerzas sociales nacieron durante el último siglo del segundo milenio. De sus sobresaltos, renació la esperanza para los negados.
Sus luchas se escenificaron en los nuevos talleres que superaron al artesanado, pero también en las minas, y en las haciendas de las multinacionales, como la United Fruit Company y su crimen de las Bananeras, el 6 de diciembre de 1928, que en la senda de Rafael Uribe Uribe, con dedo índice sobre la naturaleza de la oligarquía; con utopía rebelde anunciaron María Cano, Ignacio Torres Giraldo y Raúl Eduardo Mahecha, forjada en los puertos, ríos, nacientes fábricas y otras concentraciones proletarias y campesinas de esta Colombia guerrera, la misma que con valentía y verbo potente denunció Gaitán, en el nacer de su compromiso con el pueblo, …el hambre no es liberal ni conservadora, decía. El fuego de sus argumentos se propagó por todo el país. Los oprimidos de entonces, con la huelga general en la mano, como un kínder de su insurrección si la puerta del poder no abría, recibieron con alborozo la esperanza.
Sin embargo, el Concordato y su dedo de obispo en la Catedral que ponía presidentes, y la mano criminal y hegemónica una vez conservadora u otra liberal, no reparó en métodos ni estilos ni en ética alguna ni moral: chulavitas, mano negra, 'limpios' y cóndores, SIC, Das, Entrenamiento en la Escuela de las Américas, B2, "recomendaciones" del general Yarborough de los Estados Unidos, sueldos paralelos de los Carteles a la Policía, Cooperativas de autodefensa autorizadas, paramilitares, Yair Klein, beca para Carlos Castaño en Tel Aviv y contactos con suboficiales y oficiales del Batallón Colombia en misión en Suez, comandos mercenarios, Águilas Negras...
Todo, amparados y protegidos por el plomo y la fuerza de la costumbre. Pero también, lustros después, por la manipulación mediática, lograron dividir, confundir y propagar el miedo en los campos y ahora avanzan e intentan hacerlo en las ciudades. Pero a su vez, los errores del campo popular y de sus direcciones ayudaron, sin percatarse, a que el nuevo imperio y sus testaferros nacionales cumplieran su cometido.
Ahora, doscientos años después de conquistar la Primera Independencia, henos aquí, cargados de ese inmenso deseo de igualdad, de libertad, de justicia, de soberanía, de tierra para trabajar, que insufló el ánimo de nuestros guerreros, aquellos que dirigidos por Bolívar y San Martín, y toda su mocedad de oficiales, lograron batir las armas imperiales.
Tercera y cuarta deudas a nuestra soberanía. Hoy, en pleno siglo XXI, debemos mirarnos en la Historia. Y como un primer paso, encontrar entre nosotros las huellas sobrevivientes de la Colonia: el latifundio o la concentración de la tierra, el reino del monocultivo, el control del poder político y económico por parte de la minoría, la violencia sin límite aplicada sin piedad contra los reclamos de justicia, el control de las mentes y los corazones por la reiteración del discurso o por la fuerza de la costumbre, la ausencia de soberanía, el monopolio del comercio para favorecer las grandes empresas nacionales e internacionales, la extracción sin límite de nuestros minerales, la usurpación de sus propiedades a los más pobres, la declinación nacional y patriótica del Ejército, y cómo no señalar: la Action Act –traduce 'plan Colombia'– Ley de allá, que en octubre de 1999 aprobó la Cámara de los Estados Unidos, con orden política y militar sobre nuestro suelo, y la cuarta afrenta: la entrega de bases y cuarteles a las botas de una bandera extranjera.
¡Henos aquí!, colombianos y colombianas que votan y que no votan, de todas las edades, de todas las razas, herederos de próceres que con ingenio y constancia supieron concitar y dirigir las fuerzas populares para batir a un enemigo superior en formación militar y en armas.
¡Henos aquí!, herederos de un pueblo masacrado una y otra vez, negado una y otra vez, perseguido y herido o muerto, una y otra vez. En su episodio más reciente, con estos ocho años de concesión a Uribe para refundir la paz. Y de veinte que van de neoliberalismo, que en 1991 vendieron como ¿Bienvenidos al futuro?, con un saldo de pobreza y de miseria para millones de colombianos. Dos décadas más para el poder oligárquico. Poder vigente y favorecido por la larga ausencia de un liderazgo nacional y colectivo, de manos callosas y grito adolorido: legítimo y consecuente por la paz justa, por la inclusión, de oposición, resistencia y movilización en la calle, el municipio, la vereda y el hemiciclo; y por la construcción de un poder y un sujeto social y popular.
Como un solo ser humano, más allá de razas, lenguajes, departamentos y geografías, ¡henos aquí!, desde un camino largo y por primera vez, con la decisión y el riesgo de emplazar al próximo gobierno desde su primer minuto: Por Alimento. Tierra. Empleo. Alfabetización. Vida. Soberanía. Y Patria, y Matria, sin crimen ni bota extranjera.
¡Henos aquí! Titán con miles de cabezas y rugir de segunda y verdadera independencia.
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Movimiento por la defensa de los derechos del pueblo-MODEP-BOGOTA
Vamos por la Democracia, el Poder y el Socialismo.
http://modepdistrital.blogspot.com/
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